Esta experiencia de verlos adquirir una nueva habilidad me dejó muchos aprendizajes: reafirmar que cada uno tiene un ritmo distinto, que la forma de aproximarse a lo nuevo también es particular, que el vínculo que entablan con la persona que pretende transmitirles un conocimiento es de vital importancia para que la magia ocurra; pero sobretodo confirmo que lo verdaderamente escencial es que el que aprende haya decidido libremente hacerlo, que la motivación sea interna y el placer muy propio. Como dice John Holt no existe tal cosa como enseñar, el que aprende decide hacerlo y toma lo necesario para estructurar su aprendizaje.
Sospecho que nada que valga la pena puede ser forzado a aprenderse, y, qué sentido tendría? Por qué razón, como amorosos y dedicados padres, nos interesaría forzar a nuestras crías a hacer algo en contra de su voluntad?
Dicho así nadie lo intentaríamos. La cuestión es, aprender a ver en las señales que nos dan -y no sólo en lo que nos pueden manifestar con palabras- esa voluntad, si hay disposición o si no. Y distinguir cuando nuestro propio deseo se atraviesa en esta comunicación.
Aceptar en todo momento que son personas individuales con elecciones que pueden ser a veces muy distintas de lo que a mi me gustaría y aún encima manifestarles mi amor incondicional es creo el reto más importante que como madre unschooler me toca hacer una y otra vez. No es fácil, y honestamente no siempre lo supero, pero lo bueno de la vida es que siempre vienen segundas oportunidades si uno está con los ojos bien abiertos.